3.12.09

Motonáutica

CUANDO SCIOLI PERDIÓ EL BRAZO DERECHO
El 4 de diciembre de 1989, el actual gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli sufrió un accidente en los Mil Kilómetros del Delta Argentino, gran premio correspondiente al Mundial Offshore en el que competía. Aquel mediodía, hace veinte años, el ex vicepresidente y su copiloto Luca Nicolini impactaron a alta velocidad contra una ola en el río Paraná y salieron despedidos del catamarán. El relato de El Gráfico.



Lo de Scioli nos duele a todos, nota de Carlos Irusta en el nº 3662 de El Gráfico, del 12 de diciembre de 1989.

"Por primera vez en su vida de deportista, ese lunes 4 de diciembre, Daniel Scioli experimentó una sensación nueva y cercana a lo desagradable: no tenía ganas de subir a la lancha. Es más, hasta llegó a telefonear a Nono Pugliese -uno de los pulmones de sus sponsors, Compañía Quimica y Alba para decirle que no correría hasta que se largara la última etapa de los Mil Kilómetros del Delta Argentino. Como no es de los hombres que se internan en los vericuetos de la dialéctica, Scioli prefirió ir derecho al grano, condensando su estado de ánimo en apenas una frase: 'Después de lo de ayer es difícil tener ganas de nada'.
Es que apenas un día antes, el domingo 3, Daniel había vivido lo que él sigue definiendo como 'el día más glorioso de toda mi carrera deportiva'. No era para menos. El sueño que empezó a amasar el lunes 23 de octubre -lo recuerdo perfectamente: fue a bordo de un jumbo de Aerolíneas Argentinas que nos traía desde Nueva York, tras el Mundial de Offshore en Atlantic City; todavía tengo la sensación de la medialuna detenida a mitad de camino en el desayuno cuando él hablaba- se haría realidad: correr junto al abogado riojano Carlos Saúl Menem, presidente de los argentinos. Ni bien llegó a Ezeiza aquella mañana, empezó a movilizarse a su estilo: directo y arrollador como una topadora.
Menem aceptó y no sólo eso, sino que hasta practicaron juntos el viernes anterior. 'Lo hice porque los dos somos locos de la velocidad. Él y yo entrenamos con la base del boxeo para fortificar brazos y tronco y del tenis para hacer sólidas las piernas. Si no, no le hubiera dado mi lugar en la lancha, el derecho, para manejar', le comentaría a algunos amigos.
Un solo detalle quedará en pie. Ese domingo se disputaba la primera etapa de los exigentes Mil Kilómetros del Delta Argentino y a Scioli lo corría una pregunta temiendo la respuesta, así que al final tragó saliva y la hizo:
-Señor Presidente, discúlpeme ¿pero usted quiere dar un paseo o ganar la etapa?
Su interlocutor lo atajó con una sonrisa:
-Discúlpeme usted, Daniel, pero yo no subo a ninguna máquina si no es para llegar primero.
-Muy bien, entonces sepa que si es así, las órdenes en esta lancha las doy yo.

Es sábado a la tarde y el sol, aunque acuoso por la tormenta más esperada que temida, parece empeñado en derretir las veredas del barrio de Belgrano. Hay un aroma a vida y amores adolescentes bajo las sombras de los árboles en las Barrancas; y hay gestos serios y miradas fugaces en el salón de entrada de la Clínica La Sagrada Familia, en la calle José Hernández al 1600.
Y de pronto apareció, allí, delante de nosotros, con la misma mirada vivaz y penetrante de siempre, vestido con una bata blanca. Apareció y dimos el primer paso sin saber cómo daríamos el segundo. Apareció y con una sonrisa borró nuestra emoción inicial. Después me enteraría de que se pasea por las habitaciones dándole ánimo a los otros enfermos: algo natural en un hombre que jamás supo conjurar el verbo perder.
Estaba allí, sonriente e igual. Nos dimos un beso, como siempre. Nos sentamos. No hubo hielo para romper: era todo tan cálido como siempre.
(...)
-Yo... había vivido el día más glorioso de mi vida el domingo. Tanto que esa noche, en lugar de irme a dormir temprano como siempre, me fui a festejar con todo el equipo. Cenamos con la familia de Carlos Federico Aragón, el que fue dueño de Radio Rivadavia; estaba su hijo Federico, responsable de la lancha largadora. No había manejado -le di mi lugar al doctor Menem-, pero me sentía en la gloria. ¡Imaginate qué compañero de podio! Por eso al otro día me quedé sin ganas de correr, quería hacer la última etapa y listo, pero al final largamos...
-...
-Estaba tan complicado el panorama que pensé incorporar en el tercer lugar de la Frigidaire de Alba y Vencedor a Ricardo Guller, un navegante santafesino que nos ayudó muchas veces. Al final no lo hice. Entonces, mientras manejaba, me di cuenta de que para consultar las cartas de navegación iba a mirar mucho hacia la izquierda, donde yo pego los planos. Así lo hice y entonces dejé de poner la mirada hacia el frente...
-...
-Pero fue la fatalidad. Apareció la ola del buque petrolero, una ola que salió desde abajo, imaginate, íbamos a 160 kilómetros por hora. El impacto fue tan tremendo que se desprendió todo el lateral derecho donde voy yo. Un lateral de kevlar, un material durísimo, imaginate. ¡Lo destrozó! La lancha se debe haber hundido en quince segundos, pensá que pesa 3.500 kilos.
-...
-Lo único que sé es que aparecí en el agua, a punto de ahogarme porque tenía puesto el casco integral. Comprendí que me faltaba el brazo derecho. Me quité el casco y empecé a dar manotazos de cualquier manera. En ese segundo pensé: 'O me entrego a la muerte o lucho por la vida', y me di cuenta de que no me iba a entregar...
(...)
Viéndolo devorar un gigantesco plato de yogur con cereales al mismo tiempo que una pastafrola -su plato preferido sobre todo si lo hace su mamá Esther- es difícil dejar de imaginarlo como siempre: explosivo y vivaz como un petardo.
-Esto es parte de la rehabilitación. Comer bien y con apetito, ayudar a que cicatrice la herida. Estoy poniendo en cada segundo toda la energía que ponía antes para correr. Toda mi energía mental, ¿entendés? Ahora vivo pura y exclusivamente para estar bien. Tengo que estar bien. Voy a estar bien. Como me dijo el presidente Menem: 'Los mejores días son los que vendrán'. Ese será mi slogan desde hoy hasta nunca. 'Los mejores días son los que vendrán'."


.


Leer más

0 comentarios: