24.8.09

Literatura

A 25 AÑOS DE LA MUERTE DE TRUMAN CAPOTE
El 25 de agosto de 1984 fallece Truman Capote, periodista y escritor estadounidense. Autor de varios libros, su obra más famosa es ‘In Cold Blood’ (A sangre fría). Con ella acuñaría el término non-fiction-novel, creando un precedente para lo que sería el Nuevo Periodismo de los Estados Unidos. Acerca de este novela, el poeta chileno Pablo Neruda escribió en la revista Crisis la siguiente reseña.



Fragmento de una nota de Pablo Neruda sobre el libro “A sangre fría”, de Truman Capote, publicada en el diario chileno El Siglo en la década de 1960, y reproducida por la revista Crisis, nº 62, de julio de 1988.

CAPOTE. EL ASESINO DEL SUEÑO AMERICANO

“‘A sangre fría’ se llama este libro de Truman Capote, y hay que leerlo a sangre fría, por sus temas terribles y las oscuras consecuencias que se deducen de sus páginas.
Se trata de un asesinato colectivo. Dos muchachos de una aldea de Kansas, en los Estados Unidos, recorren quinientos kilómetros para entrar de noche en una casa hasta ese momento desconocida para ellos, despertar a las cuatro personas que allí habitaban y a quienes nunca habían visto antes y aniquilarlas a todas, padre, madre e hijos, tomándose varias horas en la sangrienta operación. Los detalles son demasiado horribles para revivirlos. El telón de fondo de la tragedia es una región de gran intolerancia religiosa. Los muchachos delincuentes sufrieron en el seno de sus familias miseria, incomprensión y abandono.
Uno de ellos había participado en la guerra de Corea.
Truman Capote revive todas las circunstancias de la vida de cuantos participan en el drama, víctimas y victimarios. Es un narrador impasible, o más bien un narrador apasionado, que deja razonamientos y denuncias para que los lectores las formulen. Pasa un poco como en la obra teatral Marat-Sade, de Peter Weiss. Cada uno debe desarrollar su propia tesis. Pero mientas que Marat-Sade se desarrolla en un manicomio, los hechos reales investigados por Capote pertenecen a un mundo extrañamente razonable y planificado. En este mundo de planificación y voluntad destructora razonan todos, asesinos y asesinados, jueces y policías, sin contar los millones de curiosos.
Sin embargo, las soluciones no son claras. Es decir, algunas conclusiones no se aclaran, permaneciendo en la sangrienta oscuridad.
Desde la publicación de aquel libro hemos sabido también de algunos otros casos de matanza fría. Conmovió al mundo aquel muchacho, también ex soldado, que encerró a siete u ocho enfermeras en una habitación de hospital y luego sistemáticamente las mató sin razón aparente. Luego recordamos todos aquel hombre que desde lo alto de un edificio se entretuvo por varias horas disparando sobre los transeúntes.
Cuando los jóvenes delincuentes estudiados por Truman Capote esperan su ejecución en las celdas de los condenados a muerte, el escritor nos cuenta de otros que allí esperan el mismo castigo.
En otras cárceles norteamericanas, en ese momento (abril de 1960), esperaban ejecución ciento noventa personas más.
Uno de ellos era Lowell Lee.
Brillante estudiante de biología de la Universidad de Kansas, este muchacho de dieciocho años, en la noche del 28 de noviembre de ese año de 1962, mientas su familia entera contemplaba la televisión, se determinó a llevar a cabo un plan pensado y planificado previamente. Cedamos la palabra a Truman Capote.
‘Entonces se afeitó, se puso su mejor traje y procedió a cargar un rifle semiautomático calibre 22 y un revólver Ruge de igual calibre. Metió el revólver en la cartuchera, se echó el rifle al hombro y bajó a la sala. Esta estaba oscura, sólo iluminada por la pantalla de la televisión. Lee encendió una luz, apuntó con el rifle, disparó a hirió a su hermana entre los ojos, matándola instantáneamente. Disparó tres veces contra su madre, y contra su padre, dos. La madre, entre estertores, se abalanzó hacia él con los brazos abiertos: trató de hablar, abrió la boca y la volvió a cerrar, pero Lowell Lee le dijo: «Cállate». Para estar seguro de que le obedeciera, le disparó otras tres veces. Mr. Andrews, sin embargo, aún estaba vivo; sollozando, gimiendo, se arrastró a lo largo del suelo hacia la cocina. Pero al llegar al umbral el hijo desenfundó el revólver y vació toda la carga en el cuerpo de su padre; luego volvió a cargar el arma y la vació otra vez. En total, el padre recibió diecisiete balazos’.
(…)
No lo dice Truman Capote, pero hay una profunda relación entre la guerra, entre las guerras en que están empeñados los Estados Unidos desde hace años. Aunque se ha tratado de enmascarar estas acciones con la defensa de la libertad, de la libertad de sus negocios, estas perpetuas invasiones, desacatos y violencias, dejan una cola de desesperación y crueldad. La codicia de los grandes empresarios señala un punto del planeta, con un grueso dedo sobre el mapa, poco después llegan los marines, los bombardeos, el napalm, la destrucción y la muerte.
¿Quién puede pensar que tales acciones horrendas e inhumanas pasarán sin dejar huella en la juventud de estos días? La violencia es enseñada como condición sagrada y sobrenatural y luego es usada contra los mismos que la promovieron. El pobre Kennedy, amamantado en la riqueza, dispuso que algunos desalmados invadieran Cuba. Iban dispuesto a invadir y matar. Fueron derrotados, pero la revancha de los furiosos alcanzó a Kennedy y salpicó el impecable vestido de Jacqueline.”

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