14.8.09

Literatura

A 35 AÑOS DEL ADIÓS A RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN
El 14 de agosto de 1974 murió uno de los mayores poetas de Buenos Aires. Como periodista trabajó en los diarios Crítica, El Mundo y Clarín, y fue uno de los fundadores de El Siglo, en Chile. Entre sus libros de poesía se cuentan ‘Todos bailan, poemas de Juancito Caminador’, ‘El violín del diablo’, ‘La calle del agujero en la media’ y ‘La rosa blindada’, entre otros. Varios de sus poesías fueron musicalizadas por Juan “Tata” Cedrón.


Fragmentos del libro ‘Conversaciones con Raúl González Tuñón’, de Horacio Salas, publicados en la revista La Maga, número 5 del 31 de octubre de 1991.

- De todos tus libros, ¿cuál preferís a la distancia?
- Siento una gran piedad y ternura por el primero, ‘El violín del diablo’, con sus balbuceos, y una especial predilección por ‘La calle del agujero en la media’, pues la ida a Europa, y en especial a París, tuvo algo de deslumbramiento en mi vida (bien se dijo con razón, por otra parte, que se ve que esos versos fueron escritos por un porteño) y asimismo me es entrañable ‘La rosa blindada’, porque aquí se produjo una ruptura dramática, y a ese libro siguieron grandes tragedias, muchas muertes y exilios.

- En una época, para ser exactos a fines de la década del cincuenta se dijo que vos escribías demasiados prólogos a muchachos jóvenes. ¿Qué podés contestar a esto? ¿Tuvieron razón?
- A mí me estimularon enormemente En su hora Nalé Roxlo, Oliverio Girando, Güiraldes, Olivari, Rega Molina, mi hermano Enrique y otros que ya no están, y después, León Felipe, Robert Desnos, Ilya Erhenburg, García Lorca, Nancy Cunard, Mike Gold. Cuando escribo un prólogo para un poeta novel creo que pago en parte aquella deuda.

- Hablando casi del mismo tema, ¿qué poetas influyeron más en vos?
- En la antología preparada y prologada por Héctor Yánover, nuestro común y admirado amigo, dice:… ‘En el ‘24, ‘26, ‘28, se influenciaron mutuamente Borges, Rega, Olivari, Tuñón.’ Creo que tiene razón, si consideramos las coincidencias.(…) Además pienso que influyeron en partes de mi obra, algo de la cautivante aventura dadá-surrealista, cierto clima a lo Rilke, a lo Milosz y el ímpetu gigante de ‘Manhattan’ de Walt Whitman.

- ¿Qué poetas has releído más veces?
- Bueno, a veces sólo tal o cual poema, a veces libros enteros, como el ‘Gaspar de la Noche’ de Aloysius Bertrand. Últimamente releí poemas de ‘El libro de los paisajes’, del Lugones no barroco, no retórico. También releó: ‘Luna de enfrente’, de Borges, ‘Llanto por Ignacio Sánchez de Mejía’ de Federico, ‘La balada de la cárcel de Reading’, partes del ‘Canto a la Argentina’ de Darío y del ‘Canto a mí mismo’ de Walt Whitman y algunos más.

- ¿Alguna vez tuviste miedo a repetirte?
- ¿Miedo? No. Además, pienso que citar varias veces el barco en la botella, las cajitas de música, las veletas, no es repetirse sino seguir moviéndose en medio de los símbolos que siempre he amado.

- En la época de Florida y Boedo, ¿se leían mutuamente?
- Solíamos leernos mutuamente en el sótano del Royal Seller en el Puchero Misterioso, aún antes de la guerrilla Florida-Boedo. Hoy prácticamente no existen aquellos típicamente cafés y boliches literarios, pero sí los llamados ‘talleres de poesía’ y ‘talleres literarios’ donde jóvenes noveles también suelen leerse mutuamente y hacen bien.

- Las últimas promociones se caracterizan por cierta tendencia a la autodestrucción. ¿Eso ocurría también en tu época?
- No creo que fuéramos autodestructivos. Y ahora también hay de todo.

- ¿Por qué crees que en el ambiente literario existen tantos enconos y odios?
- Siempre decía Federico: ‘El peor gremio es el de los toreros, no hay más que asomarse a uno de los cafés en que se reúnen; le sigue el de los cómicos y luego el de los escritores, donde basta con oír lo que dicen de los demás’. Yo agregaría en nuestro medio, querido Horacio, el de los artistas plásticos y de los periodistas. ¡Y no hablemos de los políticos! (…)

- ¿Te gusta sentir que has descubierto algún nuevo poeta? ¿Considerás que descubriste alguno?
- Mirá, me encanta, e insisto en que me tocó descubrir a Juan Gelman, a Héctor Negro, entonces desconocidos que leían sus versos en un teatro independiente, y luego a Julio César Silvain. Fuera del país, si no descubría en España a Miguel Hernández, pues antes ya lo habían hecho Neruda y Aleixandre, intervine estimulándolo, en su tránsito de los sonetos muy brillantes, pero dentro de una retórica tradicional, a ‘Viento del pueblo’, gran libro, en el que se anunciaba como la nueva voz de la poesía española. Y en Chile puede decirse que descubrí a Nicanor Parra –no el actual, divagador, convencional, un poco reaccionario, con resabios dadá-surrealistas que ya no sorprenden a nadie- sino al lúcido poeta a quien alenté desde las páginas del suplemento dominial de El Siglo, que yo fundara con otro notable chileno: Julio Moncada.

Milonga de la ganzúa, poema de González Tuñón interpretado por el Cuarteto Cedrón.



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